Ese viaje comienza a casi dos mil metros de altitud, en la base del volcán Kawah Ijen comiendo unos noodles con huevos y un café bien calentito para lidiar con el frio, y reponernos después de dos días completos casi sin dormir. Comenzamos la ascensión del volcán de 2799m de altitud de noche con la ayuda de los frontales. Nuestro objetivo, poder llegar a la cima y aportar nuestro granito de arena.
En la cima del volcán se encuentra su cráter con una profundidad de 150m y un lago interior formado a base de agua de lluvia con un color azul celeste precioso, donde uno de los mayores atractivos de este volcán son las llamaradas del denominado fuego azul, todo un espectáculo de la naturaleza, realmente complicado de observar, y donde el Volcán Ijen es unos de los pocos lugares privilegiados en el mundo capaz de ofrecérnoslo. Pero en el interior de dicho cráter, este lago convive junto a un yacimiento de roca de azufre, cuya explotación sustenta a las familias locales.
En la ascensión, a medida que llegamos a la cima, se nota como una nube de gas de azufre te envuelve, te provoca una tos fuerte, y das las gracias por tener unas mascaras que te protegen.
Te planteas, si para nosotros la seguridad es importante y queremos proteger nuestra salud cuando viajamos, los mineros que trabajan en el yacimiento de azufre cómo lo hacen, cómo se protegen. Aquí comenzó nuestra colaboración con IATI para aportar entre todos nuestro granito de arena y ayudar a estos mineros velando por su seguridad.
Cuando comenzamos a subir por la ladera del volcán llevábamos nuestros frontales, botellas de agua, nuestras máscaras y otras cinco máscaras más en las mochilas, con el objetivo de repartirlas entre los trabajadores. Pero estas mochilas iban bastante más vacías de lo que esperábamos. Desde España hicimos el envío a Indonesia de otras quince máscaras para poder repartir a todos los trabajadores, pero fueron retenidas en la aduana sin margen de reacción para intentar reenviarlas. A pesar de todo, queríamos aportar nuestro granito de arena, y junto con IATI intentar mejorar su seguridad.
Llegamos a la cima del volcán Ijen a las 4 de la mañana, y observamos el maravilloso espectáculo que supone el fuego azul. El gobierno esa misma mañana, había prohibido el descenso al cráter por cambios en la nube de gas de azufre lo que aumentaba su peligrosidad, pero aún a distancia, sigue siendo una experiencia.
Disfrutamos del amanecer, y cómo la luz se iba colando poco a poco entre las rocas que dibujaban el cráter del volcán, ya de día, volvimos en busca de los mineros que comenzaban su trabajo ahora que la afluencia de visitantes disminuía. Con ayuda de nuestro guía y traductor paramos a cinco de ellos y conversamos. Nos contaron en qué consistía su trabajo. Bajaban a la mina dos veces al día, extraían el mineral de azufre con ayuda de picos, cargaban los canastos pudiendo llegar en ocasiones hasta los cien kilogramos, levantaban los canastos, los ponía sobre sus espaldas y salvaban los 150m de desnivel para salir de cráter andando una distancia de un kilómetro. Una vez arriba, trituraban el mineral, lo introducían en sacos y lo bajaban hasta la falda del volcán, en una caminata que a nosotros, sólo cargando nuestra mochilas nos tomó dos horas. Y así todos los días, toda su vida.
“¿Y cuando estáis en la mina cómo os protegéis?” Uno de ellos sacó un pañuelo mojado y nos señaló su boca. Un pañuelo mojado es su única protección frente a la nube de azufre, para la cual nosotros, sólo por el lapso de unas horas habíamos necesitado máscaras. En ese momento sacamos las máscaras y se las repartimos. No lo comprendían, pensaban que queríamos algo a cambio, pero el guía les explicó que eran un regalo. Nos miraron con una expresión enorme de agradecimiento y uno de ellos se adelantó y señaló sus dientes. “Mirad, ¿veis?, ¿veis estos agujeros que tengo en los dientes? Son del azufre. Y él -señalando a su compañero de detrás – él tiene problemas en los pulmones y le cuesta mucho respirar, también por la mina. Y así muchos de nosotros. Gracias.”
Solo estás máscaras, serán capaces evitar que la salud de los mineros empeore. Pequeñas cosas son capaces de mejorar la vida de los demás, y la seguridad forma parte de nuestro día a día. No podemos cambiar el mundo, pero sí hacer de él un lugar mejor y más seguro.
Texto de Ana y Roberto.